© Pedro Morazán, 19.03.2025
Alemania aprobó el pasado 18 de marzo un histórico proyecto de ley que modifica las normas fiscales plasmadas en la Constitución vigente. Para lograr esta reforma fue necesario contar con mas de dos tercios de los votos del Bundestag. Dicha mayoría no sería posible en el Parlamento electo recientemente, en vista de que después de las últimas elecciones Alternativa para Alemania (AfD), de extrema derecha, tendrían la capacidad de bloquear el paquete. En negociaciones relámpago se logró una gran coalición para aprobar la reforma en la última sesión de la legislatura anterior. Este punto de inflexión es histórico, no solo para Alemania, sino también para la Unión Europea, que se ha visto obligada a asumir los nuevos retos impuestos por la Administración Trump y la guerra de agresión de Vladimir Putin. ¿Qué es lo que va a cambiar? ¿Se avecina una ruptura definitiva del Orden Liberal Internacional?
Sandro Botticelli es uno de mis pintores favoritos. Los temas que logró plasmar en el lienzo lo han vuelto uno de los pintores más consagrados del renacimiento florentino. En su celebre pintura bajo el título “La calumnia de Apeles”, el maestro Botticelli nos muestra como “Veritas”, la diosa de la verdad en la mitología romana, logra rescatar a Apeles de las garras de la envidia y el fraude asiduas compañeras de viaje de la calumnia. De manera similar podríamos imaginarnos a un J. D. Vance, el Vicepresidente de los Estados Unidos, como un Hill Billie, destilando calumnias contra los europeos en La Conferencia de Seguridad de Múnich, para salir después huyendo de la luz destellante de la verdad desnuda que puso en evidencia su mediocridad.
Las falacias narrativas de Vance han sido un ejemplo más de que la política internacional está tomando un rumbo inucitado en los últimos días. El llamado Orden Liberal Internacional hasta ahora vigente bajo la hegemonía norteamericana ha entrado en un proceso de agonía irreversible. Y lo peor de todo esto es que aun no aparece una alternativa viable en el horizonta para reconstruir algo mejor haciendo a un lado los escombros de lo caduco. Las ingenuas expectativas de definir nuevas alternativas de parte de un supuesto “Sur Global”, con China y Rusia a la cabeza de los BRICS, resultan ahora más desoladoras que nunca. Lo más evidente, sin embargo, es el hecho de que la Unión Europea es militarmente frágil sin el paraguas militar de los Estados Unidos. Durante más de ochenta años la paz y la seguridad del continente europeo estuvieron garantizadas por el “Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que opera con arreglo al principio de que un ataque contra uno o varios de sus miembros, se considera un ataque contra todos. La calumnia se expande como masa tóxica en la era de la posverdad y el garante de la OTAN parece esmerarse en derramarla por el mundo.
En el caso concreto de la administración Trump el tema de la posverdad se combina con las otras dos “P” mencionadas por Moises Naim: polarización y populismo. Mientras el populismo de Trump encuentra una masa considerable de fanáticos seguidores hacia el interior de su país, su efecto de rebote es un rechazo casi unánime más allá de sus fronteras. Con la polarización parece estar ocurriendo algo similar, pero con una ruta sui generis y una oligarquia digital que no hace más que agudizar la incertidumbre y el desengaño. El detalle más importante del discurso del mencionado “Hill Billie” en Múnich es quizá el síntoma de que la última gran constante del orden de posguerra se está desmoronando ante nuestros ojos. Hasta ahora la hegemonía estadounidense era una suerte de alianza basada en principios y valores compartidos en torno a la democracia basada en chequeos y contra – chequeos institucionales y no en polarización y populismo.
Después de la derrota de la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial, Europa se arropó bajo dicha hegemonía ideológica sin asumir ningún compromiso militar significativo. Alemania perdió el derecho a las armas nucleares, que siguen siendo “privilegio” de Gran Bretaña y Francia las dos potencias “aliadas” en la derrota de Hitler. Los europeos han sido pues, los socios menores en un orden internacional liderado por Estados Unidos. Es de hacer notar que dicha alianza fue voluntaria y no era un sistema de subyugación sino de integración, en el que cada estado reconocía el liderazgo estadounidense, pero conservaba la capacidad de articular sus propias preocupaciones. Eso parece haber terminado y ahora nos queda la tarea de seguir las pistas tanto económicas como políticas de dicha ruptura.
Como bien se sabe al pasado se le mira siempre con los ojos del presente. Para ello es necesario, sin embargo, conservar el rigor del análisis histórico. Esto implica además, estar pendientes del futuro asumiendo las lecciones necesarias para hacer mejor las cosas. En esta situación se encuentra Europa y más especificamente Alemania.
El 18 de marzo de 2025 podría llegar ocupar un lugar especial en los anales de la historia alemana. Friedrich Merz, el futuro jefe de Gobierno de Alemania, mencionaba en su histórico discurso ante el Bundestag, que este 18 de marzo resultó ser una casualidad histórica, ya que 35 años antes, en 1990, fue elegido en Alemania del Este el primer parlamento después de la caída del Muro de Berlín. El llamado “Milagro Económico Alemán”había llevado a este país a convertirse en la primera potencia económica europea, por encima de Francia y de Gran Bretaña. Sin embargo, como toda potencia europea tomada por separado, Alemania es demasiado pequeña para tener la hegemonía económica total de la Unión Europea, pero lo suficientemente grande para optar por ignorarla.
El éxito alemán se ha basado hasta ahora tanto en una tradición fiscal de estricta austeridad, como en la renuncia a tener una fuerza militar considerable. El pasado 18 de marzo de 2025 tanto lo uno como lo otro parece haber sufrido un viraje de 180 grados. El Parlamento Alemán aprobó paquete financiero valorado en 500 mil millones de euros para elevar el gasto en defensa y en infraestructura. Todos los ojos de Europa estaban fijos en dicha votación y lo que era inimaginable hace 50 años, los países vecinos ejercen presión para que Alemania asuma un papel más activo en la nueva estrategia de defensa la Unión Europea.
Tradicionalmente Alemania ha sido el aliado más fiel de los Estados Unidos en la Europa de la posguerra. Ahora que este país es uno de los blancos más directos de la agresiva política comercial norteamericana, con un Donald Trump que se queja de una invasión de automóviles, medicamentos y otros productos de marcas alemanes, la situación parece estar cambiando. Alemania se ve presionada a superar su eterno dilema de apoyarse más en Francia y Gran Bretaña y menos en Norteamérica. Esto significa deuda conjunta para la política industrial y de defensa, decisiones mayoritarias en política exterior y de seguridad, alineamiento fiscal, inversión en paz social y participación en el mantenimiento de la paz en Ucrania. Nada más ni nada menos, ha sido la decisión del Bundestag en estos días.
Como bien se sabe, la Unión Europea es una comunidad de estados soberanos, con un mercado común y reglas de política fiscal incluida la existencia de un Banco Central y una moneda común. Aunque no todos los países miembros han renunciado a su soberanía monetaria, la totalidad de los 27 estados miembros aceptó legar la responsabilidad de la política comercial en la Comisión Europea con sede en Bruselas y someterse a reglas fiscales sumamente estrictas y vinculantes. La política de defensa, sin embargo, es potestad de los estados nacionales y no ha sido asunto de coordinación en Bruselas. También aquí las cosas parecen estar cambiando. El miércoles 19 de marzo la Comisión Europea publicó por primera vez en su historia un “Libro Blanco”, es decir una estrategia de defensa, según la cual, los Estados miembros podrían movilizar hasta 800.000 millones de euros para Defensa en los próximos cuatro años, en particular mediante la agrupación de pedidos y la adquisición conjunta de equipos. La propuesta de la Comisión lleva el sugestivo nombre ‘Rearmar Europa’.
Para Kaja Kallas, máxima responsable diplomática de la UE y ex primera ministra de Estonia, se trata de un “un momento crucial” para el bloque. “El valor que añadimos trabajando juntos no tiene precio. Nos da una ventaja competitiva que no tiene parangón en ningún lugar del mundo”, declaró a los periodistas durante la rueda de prensa de presentación del Libro Blanco.
Insisto, las cosas están cambiando de manera muy acelerada. Hasta hace poco predominaba el escepticismo, en lo referente a la capacidad de los europeos para desarrollar una política común de defensa europea que los haga menos dependientes de la sombrilla de la OTAN y de los Estados Unidos y menos vulnerables ante los ataques rusos. No es casual que la mayor intensidad de los ataques rusos sea contra los países bálticos y escandinavos. El Comisario de Defensa de la UE, Andrius Kubilius, ex primer ministro de Lituania, hacía algunas comparaciones demográficas interesantes: «450 millones de ciudadanos de la Unión Europea no deberían tener que depender de 340 millones de estadounidenses para defendernos nosotros mismos contra 140 millones de rusos que no pueden derrotar a 38 millones de ucranianos».
Evidentemente que detrás de las cifras demográficas, de por si elocuentes, habría que tomar en cuenta muchos otros factores. Europa aún no puede hacer frente sola a la amenaza rusa, pero la economía de la Unión Europea es casi diez veces mayor que la de Rusia y el gasto de defensa combinado de los estados miembros de la UE es cuatro veces mayor que el de Moscú. Los tambores de la guerra despiertan muchos temores en un continente que vivió el horror de dos guerras mundiales. Las palabras de Kallas resultan aleccionadoras cuando afirma que «hacemos esto no para librar una guerra, sino para prepararnos para lo peor».
Y lo peor parece haber llegado desde Washington y a la vez desde Moscú. Si logramos captar de nuevo el oneroso discurso de J. D. Vance, para Trump y la derecha estadounidense, las democracias liberales de Europa no son amigas, sino enemigas potenciales. La plutocracia patrimonialista que asumió el poder en Washington tiene una agenda que no compagina con las tradiciones democráticas conocidas en Europa.
El proyecto europeo de integración es único en la historia. En el Tratado de Lisboa se intensificó la integración económica acompañándola de una integración política que pone en el centro la democracia y los derechos humanos. Ahora que Trump parece haber reactivado un discurso de expansión territorial imperialista, dicho proyecto enfrenta retos inéditos. Europa solo puede sobrevivir si se mantiens y consolida como proyecto multilateral, ante los gigantes territoriales como Rusia, China o Estados Unidos. La UE, como proyecto multilateral, lleva su fundamento en una idea: La democracia y el respeto a los derechos individuales como antítesis de la polarización y los neonacionalismos de otras potencias. Quizás por ello, tanto Trump como Putin le rinden pleitesía a los extremistas de derecha nacionalista como la AfD en Alemania.
Tanto Alemania como la Comisión Europea han demostrado en estos días que poseen no solo el dinero, sino también la capacidad tecnológica, la gente y las empresas necesarias para garantizar la defensa de sus valores democráticos. También la nueva política de defensa deberá ser parte de lo que Habermas llamaba la “acción comunicativa”, es decir, crear un discurso el que participen todos los grupos sociales para crear un nuevo consenso. Ya Alemania lo demostró, la necesidad de actuar urgentemente no debe ser un pretexto para evitar la discusión amplia e inclusiva. Posiblemente habrá debates muy fuertes, pues a pesar de que la nueva política de defensa tendrá su momento keynesiano, lo que se invierta en defensa implicará recortes en otras áreas como en la política social. Afortunadamente los Verdes condicionaron su apoyo a un mayor compromiso contra el cambio climático.
¿Cómo financiar el aumento necesario de la inversión militar en un momento en que las economías europeas están débiles? La respuesta ha sido el endeudamiento y esto, en un momento en que las finanzas públicas están al límite, implica enormes riesgos. Muchos votantes se resisten a aceptar recortes en otros gastos gubernamentales. Los retos son verdaderamente gigantescos y es de esperar debates politicos y sociales sumamente acalorados.