Pensar sin asideros: Acerca del entendimiento y la banalidad del mal

© Pedro Morazán, 26.02.2024

Los pensamientos sin contenidos son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas
Immanuel Kant

El pasado 21 de febrero de 2024 tuve el privilegio de presenciar, de manera digital, un simposio bajo el título “Pensar sin asideros: Hannah Arendt y sus críticos”. Me tomo la libertad de traducir “pensar sin asideros», en lugar de “pensar independiente” por muchas razones que no vale la pena mencionar aquí. Ya me he referido a Hannah Arendt en diversas ocasiones, pero considerando los acontecimientos actuales, resulta más que pertinente reflexionar un poco sobre los vocablos “pensar” y “banalidad del mal”. Nuestra idea es la de vincular, junto a esta gran filósofa judía, la «acción pura de pensar» con los elementos de la «Vita activa».

 

La banalidad del mal

Como bien se sabe, Hannah Arendt adquirió fama internacional en 1961 al publicar en varias entregas, ensayos periodísticos sobre el juicio contra Adolf Eichmann, uno de los principales cabecillas del Holocausto de Hitler, que había sido capturado por el servicio secreto israelí en Argentina en 1960. El SS-Obersturmbannführer Adolf Eichmann era visto como el organizador central del exterminio de más de 6 millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Fue la primera vez que una figura tan conocida del régimen nacionalsocialista comparecía ante la justicia después de los juicios por crímenes de guerra de Nuremberg. Arendt, como víctima del nacional-socialismo alemán, tenía el deseo de comprender la mente de Eichmann, así como de analizar el colapso moral de Europa como resultado del dominio nazi: «Nunca he visto a esta gente… Esta es probablemente mi única oportunidad. Le debo a mi propio pasado participar en el juicio”, escribía en una de sus cartas. La filósofa fue contratada, como periodista, por el prestigioso periódico “The New Yorker” y viajó a Jerusalén varias veces entre 1961 y 1962, para participar en el juicio y ver los numerosos documentos judiciales y protocolos del interrogatorio de Eichmann.

Adolf Eichmann, en el juicio en Jerusalen, 1961

Al final Arendt publicó una de sus obras maestras bajo el título “Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal”. Como lo explicaba en su correspondencia, Arendt se vio confrontada durante el juicio con una situación un tanto contradictoria, al tener ante si a un criminal que más parecía un simple burócrata de oficina que un satánico e inescrupuloso asesino. “No presentaba ningún signo de convicciones ideológicas sólidas ni de motivos específicamente malignos, y la única característica destacable que podía detectarse en su conducta pasada, y en la que manifestó durante el proceso y los interrogatorios previos, fue algo enteramente negativo; no era estupidez, sino incapacidad para pensar”. Esto y las declaraciones del mismo durante el proceso llevaron a la filósofa a reflexionar sobre la dignidad humana y las consecuencias de los actos de las personas, independientemente de su rango. Años después, poco antes de su muerte repentina lograba hilvanar su ideas, ya de manera más filosófica, en su legendario libro “La vida del espíritu”.

La publicación de Arendt provocó una hecatombe, especialmente por que diez años atrás se había vuelto famosa por su libro “Los orígenes del totalitarismo”, que es todavía hoy, lectura obligatoria para los estudiantes de ciencias políticas. Parecía como que si de repente, Arendt hubiese renunciado a sus tesis centrales en torno a la maldad y el totalitarismo, que según ella tiene su manifestación más directa en una maquinaria maligna de violencia como lo fueron los regímenes totalitarios de Hitler y de Stalin. Observando a los diversos actores del juicio que actualmente tiene lugar en New York, parece inevitable ponerse la pregunta de Arendt en torno a saber a ciencia cierta que es lo contrario de “pensar”. Para Arendt la “ausencia de pensamiento no quiere decir estupidez; puede encontrarse, en personas muy inteligentes, y no proviene de un mal corazón; probablemente sea a la inversa, que la maldad puede ser causada por la ausencia de pensamiento” (Arendt, 1984, 24). Para no pocos, esto sonaba a disculpa y lo mismo podría ocurrirle a los que tienen los ojos puestos en el juicio contra Juan Orlando Hernández en las cortes de Nueva York en estos días.

En muchos rincones del mundo asistimos, como espectadores pasivos y a veces desconcertados, de situaciones, que aunque no parezcan, se volverán hitos históricos de las conciencias colectivas en determinados rincones del mundo. Se trata de percibir a personas o grupos de personas, que han sido capaces de cometer actos de maldad y violencia que sobrepasan muchas veces la imaginación del sujeto común y corriente. Trátese, bien de personas que desarrollaron una dinámica arrolladora de narcotráfico, corrupción y violencia o de otras, que con mayor poder destructivo, asesinan a sus oponentes políticos o invaden otros estados, como es el caso de la Rusia de Putín. “El mal, escribe Arendt, como aprendimos de niños, es algo demoníaco; su encarnación es Satán, que «cae del cielo como un rayo» (Lucas, 10,18), o Lucifer, el ángel caído”. Pero en la vida real, el mal no corresponde siempre, por mucho repudio que inspiren los actores, a una imagen diabólica digna de una película de terror o de algún pasaje del Antiguo Testamento. El sujeto malévolo suele aparecer como una figura apacible en incluso pusilánime, pero no por ello menos perversa.

El acto de pensar

Parece superfluo preguntarnos, usando el sentido común, ¿qué es pensar? Descartes no fue el primero que con su “pienso, luego existo” sentó las bases del racionalismo moderno. Ya los filósofos de la antigua Grecia, con Sócrates a la cabeza, se ocuparon a profundidad con la actividad de “pensar”. No es casual que la palabra “pensador” en casi todas las culturas esté reservada a una minoría, aunque al parecer dicha actividad es practicada por todos, casi todo el tiempo. Es más, como bien lo apunta Arendt, pensar puede resultar subversivo y no solo en Rusia de Navalni, sino también en la Grecia antigua, donde Sócrates fue obligado a tomar la cicuta para dejar de pensar y el mismo Aristóteles tuvo que emigrar a Macedonia y volverse apátrida para evitar el mismo destino, por el simple hecho de “pensar”. Y, sin embargo, la total ausencia de pensamiento parece ser el común denominador en la vida cotidiana de una sociedad cada vez más inundada por la “desinformación”.

Hannah Arendt en el Juicio contra Adolf Eichmann, Jerusalen, 1961

La actividad de pensar, entendida como “el hábito de examinar y reflexionar acerca de todo lo que acontezca o llame la atención, al margen de su contenido específico o de sus resultados”, es de hecho solo una de las tantas propiedades del concepto en sí. Sin embargo, para efectos prácticos, vamos a tomar dicha definición como una hipótesis de trabajo. Los que quieran ahondar en el tema, pueden abocarse a la obra de Hannah Arendt mencionada en las referencias.

El acto de pensar en sentido filosófico, es de hecho más complejo e implica, por un lado, abstraerse del aquí de los hechos para trasladarse al “más allá” de la conciencia reflexiva. Es decir se trata de buscar más allá de lo hechos singulares, el máximo nivel de abstracción para lograr emitir un juicio categórico de validez universal, para expresarlo en el vocabulario de Kant. Solo de esta manera, se puede retornar del “más allá” del pensamiento reflexivo y retomar el camino de la acción. He allí la preocupación central de Hannah Arendt. Traer lo filosófico del “mas allá” (jenseits) al terreno de lo político, es decir de la acción, que es el lugar donde estamos obligados a tomar partido por el bien en su lucha contra el mal.

En vista de que lo anterior es mucho más difícil de lo que parece a primera vista, es importante ocuparse tanto de los aspectos morales (normas) como de los aspectos éticos (hábitos) en la relación entre pensar y actuar. En suma “¿puede la actividad de pensar llevar a los seres humanos a evitar el mal?”. La respuesta a dicha pregunta conlleva tanto elementos morales como elementos éticos. La ética, como rama de la filosofía es universal, mientras que la moral en cuanto conjunto de normas que tienen más bien particular, o de contexto. Existe la moral anglosajona, la rusa o la hondureña, pero solo existe una ética universal. Un ejemplo de ello es el derecho a la vida como principio ética universal. Extraditar a un criminal para que sea juzgado en un país del cual no es ciudadano dice mucho del estado de la moral en ambos contextos.

La vida activa

Como bien se sabe, Hannah Arendt publicó en 1958 un trabajo al cual su editor le dió el cautivante título de «La condición humana«, a pesar de que ella hubiese preferido llamarlo «Vita activa». Se trata de una serie de conferencias en las que Arendt se ocupa del tema de las actividades políticas de la sociedad civil omitiendo deliberadamente la pura actividad de pensar y basandose por y para ello, en tres actividades fundamentales: labor, trabajo y acción. Para ella «Vita activa» es una expresión de capital importancia en la tradición del pensamiento político y «surgió de una concreta constelación histórica: el juicio a que se vio sometido Sócrates y el conflicto entre el filósofo y la polis».

En el mencionado simposio con el que he iniciado este artículo, participaron tres filósofos alemanes de mucho peso: Georg Hartmann editor de la obra de Karl Jaspers sobre Hanna Arendt; Wolfram Eilenberger, autor de “El fuego de la libertad” y Barbara Hahn, Profesora de la Vanderbilt University Nashville. El tema central del encuentro era la percepción de la obra de Hannah Arendt por el filósofo Karl Jasper, maestro y amigo personal de Hannah Arendt, nacida el 14 de octubre de 1906 en Hannover. Después de huir del régimen nazi en 1933, Hannah Arendt trabajó para varias organizaciones judías en París antes de trasladarse a Estados Unidos en 1941, donde vivió hasta su muerte el 4 de diciembre de 1975 en Nueva York.

Acciones de protesta contra el Narcoestado en Honduras

Solo se puede aprender de la historia a través de la filosofía. Pero el mismo gran filósofo Karl Jaspers, se vió en parte confundido con la idea de Hannah Arendt de rechazar los limites innecesarios al arte de pensar. De allí proviene su frase de «pensar sin asideros». Muy pertinente, pero más bien metafórica, en mi opinión, especialmente para una filosófa con fuertes asideros kantianos. En la vida activa contemporanea podemos observar que, ni Vladimir Putin, ni Donald Trump parecen ser muy letrados en el arte de pensar. Pero las instituciones académicas y políticas de todas las sociedades contemporaneas están en la obligación de recurrir al “pensamiento reflexivo” para poder sacar las conclusiones más pertinentes frente a hechos históricos. Siguiendo las enseñanzas de Hannah Arendt, se podrían mencionar algunas pistas que nos permitan combinar Vida activa con «la más elevada y pura actividad de pensar»:

  1. El agente de la maldad no siempre es sujeto pensante, lo que no significa que por ello sea no inteligente o estúpido. Como tal, el agente es parte de un engranaje que determina el actuar del llamado principal y que en muchos casos puede aparecer como una estructura anónima y anómala.
  2. Los actos de maldad, como el narcotráfico, son la resultante de una especie de culpa colectiva que incluye estructuras de poder y dominación transnacionales. El juicio debe incluir por tanto una reflexión sobre la responsabilidad estructural de los que condenan.
  3. Las normas morales existentes no son suficientes, si no van acompañadas de una renovada cultura política que tome en serio la ética como imperativo categórico, es decir con validez universal.

La incapacidad para pensar no se refiere únicamente a un sujeto individual. Esta incluye muchas veces también a sociedades enteras como colectivos con responsabilidad estructural. De allí la necesidad de redescubrirla y cultivarla continuamente. En el simposio mencionado se habló del pasado Siglo XX como una época caracterizada por el desgarramiento de los intelectuales ante sucesos aterradores como el holocausto, el colonialismo y las guerras mundiales. Da la impresión que dicho desgarramiento de la condición humana nos acompañará también en este Siglo XXI. Por eso resulta perentorio hacer los esfuerzos por cultivar y revitalizar el arte de pensar de manera reflexiva, utilizando las categorías filosóficas y combinándolas con las funciones del entendimiento a la hora de formular juicios, sean estos políticos o morales.

Referencias

Arendt, H. (1958). The Human Condition, The University of Chicago Press.

Arendt, H. (1984). La vida del espíritu, Madrid, C.E.C.

Arendt, H. (1987). Los orígenes del totalitarismo, 3 volúmenes, Madrid, Alianza.

Arendt, H. (2000). Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal, Barcelona.

Jaspers, Karl (1963). «Beispiel für das Verhängnis des Vorrangs nationalpolitischen Denkens», Lebensfragen der deutschen Politik, 1963.