Los cinco retos más importantes de Lula en Brasil

Voy a gobernar para 215 millones de brasileños y no solo para aquellos que votaron por mí” […] No hay dos Brasiles. Somos un país, un pueblo, una gran nación”.

Luiz Inácio Lula

© Pedro Morazán, 01.11.2022

Un triunfo con futuro incierto

Vivimos en una época de imágenes e imaginarios. Hay imágenes que inspiran admiración, como las de las mujeres iraníes cortándose el cabello y exigiendo el fin de una dictadura religiosa obscurantista. Hay imágenes que chocan, como las de las víctimas de los bombardeos rusos contra la población civil en Ucrania. Las imágenes de los creyentes evangelicales de Brasil llorando de rabia y tristeza, con los brazos abiertos al cielo, por el triunfo de Lula, son, en mi opinión desconcertantes y grotescas. Ellas nos muestran la sustancia de la que se nutre la ultraderecha internacional. El triunfo de Lula por apenas un 1.8% de diferencia es sumamente preocupante pues nos indica que más de 58 millones de brasileños adoptaron como suyo un imaginario basado en el odio, la discriminación y el miedo.

Está tan arraigado ese imaginario que, para obtener su victoria, Lula Da Silva se vio obligado formar una amplia coalición que incluye a la izquierda, los liberales y parte de la derecha. Algo así solo se había visto en los 80 cuando se estructuró un movimiento de retorno a la democracia después de los años sangrientos de la dictadura militar. En su emotivo discurso después de la victoria electoral, Lula describía su triunfo como «la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó encima de los partidos políticos, de los intereses personales y las ideologías, para que la democracia saliera vencedora».

Ese discurso de Lula es, en mi opinión, paradigmático. Recuerdo haberlo escuchado en vivo cuando llegó al Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2002 a describir su visión sobre la justicia global en un discurso ante campesinos, descalzos muchos de ellos, del “Movimento sem Terra”. En retrospectiva esa parece una “época dorada”. Lula asumía el gobierno en medio de un boom extraordinario de los precios de materias primas y con una economía estable producto de las reformas de su antecesor Fernando Henrique Cardoso.

Como lo menciona Lula en su discurso, en el segundo productor (y exportador) de carne vacuna del mundo, con 10,5 millones de toneladas al año, la carne se ha convertido en un lujo inasequible para gran parte de la población. Podemos identificar cinco retos a los que se tendrá que enfrentar a partir del primero de enero de 2023.

Reto 1: Economía y pobreza

El reto más urgente para el nuevo gobierno es el combate a la pobreza y la extrema pobreza. Precisamente en este campo, el obrero metalúrgico, demostró una enorme capacidad introduciendo el programa de combate a la pobreza más exitoso del mundo en su primer periodo de gobierno (2003 – 2007). El programa Bolsa Família era una asignación mensual en efectivo pagada a millones de familias pobres a cambio de ciertas condiciones, como que los niños menores de 16 años fueran vacunados y asistieran a la escuela. Por medio de dichas inversiones sociales se logró sacar a más de 40 millones de brasileños de la pobreza extrema. El aumento del salario mínimo por parte del gobierno convirtió a decenas de millones más en consumidores de clase media-baja, impulsando el mercado interno y, en consecuencia, las inversiones internacionales y los beneficios de las empresas.

 

Lula logró impulsar su reforma gracias a los enormes ingresos fiscales provenientes de las exportaciones de materias primas (comodities) a China y Europa y del descubrimiento de enormes yacimientos petroleros que convirtieron a Petrobrás en un gigante estatal de gas y petróleo. Ahora la situación es muy incierta. Esa incertidumbre recorre todo su discurso como un hilo conductor. Y no es para menos. Lula recibe de manos de Jair Bolsonaro un país totalmente polarizado, con una economía en ruinas y una destrucción ecológica sin precedentes. Más de la mitad de los habitantes de las favelas han perdido su empleo. Más de 27 millones de personas engrosan las filas de los desempleados, lo que representa casi un tercio de una población económicamente activa que ronda en los 90 millones. Según datos oficiales del gobierno brasileño, había 41,1 millones de personas, o 19% de la población viviendo bajo la línea de la pobreza. Al inicio del gobierno de Bolsonaro, en enero de 2019, había 12,5 millones de familias en esta situación. En 30 meses, el número el número de personas en pobreza aumento en seis millones.

Reto 2: Reducir la desigualdad

A pesar de los avances logrados durante los gobiernos de Lula y Rousseff Brasil sigue siendo uno de los países más injustos y desiguales del mundo. Según el economista francés Thomas Piketty, Brasil sigue teniendo niveles de concentración de la riqueza equivalentes a los de la Europa de finales del siglo XIX. Según un reciente estudio de la Universidad de São Paulo Los hombres blancos del 1% más rico tienen más renta que todas las mujeres negras y mestizas. Son unos 700.000 hombres que acaparan el 15% de la renta mientras ellas (el mayor grupo demográfico de Brasil) suman el 14,3%.

Es muy difícil luchar contra la desigualdad en un país en el que existen estructuras muy fuertes que perpetúan la desigualdad. La lucha por la tierra es un aspecto característico. Aunque el gobierno de Lula garantizó una importante financiación para la pequeña agricultura familiar, también proporcionó un apoyo extraordinario al gran agronegocio. La reforma agraria siguió siendo una promesa, con solo un ligero aumento en el número de títulos transferidos a los trabajadores sin tierra en comparación con el gobierno anterior del presidente socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso (1995-2003).”

Reto 3: Ecología y extractivismo

La Amazonia es la mayor selva tropical del mundo, una extensión de siete millones de kilómetros cuadrados desparramada por ocho países. El 60% de la selva amazónica está en Brasil. Por lo menos la mitad de la Amazonía debería gozar de algún tipo de protección legal, o bien parques naturales o reservas indígenas. Desde que el presidente Jair Bolsonaro asumió el poder en 2019 su destrucción se ha acelerado enormemente. Bolsonaro debilitó las leyes e instituciones de protección ambiental, argumentando que obstaculizan el desarrollo económico que podría reducir la pobreza en la región amazónica. Las tasas de deforestación en la Amazonía disminuyeron durante la década previa a la elección de Bolsonaro. Desde que llegó al poder, esas tasas se han disparado hasta llegar a más de 13.000 kilómetros cuadrados en 2021.

La experiencia lo ha demostrado, los indígenas son los guardianes del bosque, no solo en Brasil. Mientras que la pérdida de cobertura vegetal en áreas privadas fue del 20,6% en las tres últimas décadas, en las tierras indígenas fue de apenas el 1%, según un reciente estudio de MapBiomas. La mayoría de los delitos ambientales están vinculados a la apertura de pastos para el ganado, aunque la extracción ilegal de madera o minerales también provoca daños irreversibles. Los mineros, ganaderos y grandes terratenientes han disfrutado de un trato preferencial, mientras que las comunidades indígenas son víctimas de violencia y represión. Hay que hacer notar que durante sus primeros gobiernos Lula no tenía como prioridad la protección de la Amazonía.

El nuevo Lula viene con un discurso más ecológico, lo que es una buena noticia. Lula ahora está discutiendo un Nuevo Acuerdo Verde. Se ha comprometido a entregar préstamos importantes para que los cultivadores de soja y los ganaderos amplíen sus operaciones en terrenos de pastoreo existentes, lo que no requiere más deforestación. Otro gran pilar de su futuro plan ambiental es el logro de “cero deforestación neta”, que planea lograr al renovar áreas destruidas de la selva húmeda. A esto se suma la promesa de crear un Ministerio de Asuntos Indígenas, una de las banderas de la campaña de Lula como una acción necesaria para revertir el despojo de los territorios indígenas en los últimos cuatro años.

Reto 4: El espectro de la ultraderecha fascista

La “santísima trinidad” de la ultraderecha “Dios, Patria y familia” constituyen también el imaginario ideológico del bolsonarismo. Pero no solamente desde esa perspectiva, la ultraderecha fascista de Brasil guarda enormes similitudes con el trumpismo de los Estados Unidos. Por ello no es casual que uno de sus escasos aliados internacionales haya sido el extinto gobierno de Donald Trump. Aunque Lula haya ganado, la influencia política, económica y cultural del bolsonarismo es aun enorme y peligrosa.

Es preocupante también para Brasil, si observamos la actual situación de los Estados Unidos, donde Trump ha logrado el control absoluto del Partido Republicano y mantiene una base electoral tan grande que le da perspectivas de ganar primero los elecciones parlamentarias y en dos años las elecciones presidenciales. Al igual que en los Estados Unidos los votantes brasileños son víctimas de una suerte de frustración política provocada por el curso de la migración y el proceso de transformación cultural que va acompañado de mayores derechos para los LGBT, el matrimonio homosexual, el aborto o la justicia de género. Al igual que en los Estados Unidos la ideología ultraderechista cuenta con el apoyo de fuertes intereses económicos y de monopolios mediáticos con fuerte influencia en la población.

Para Lula va a ser muy difícil contrarrestar ese enfoque reaccionario y fascista que incluye un mezcla de neoliberalismo pro mercado con una idea un tanto folclorista de identidad nacional. Especialmente el triunfo del bolsonarismo en São Paulo motor económico de Brasil, muestra el poder real de la ultraderecha. De los 27 gobernadores Lula solo cuenta con el apoyo de 10, además de Sao Pablo, Minas Gerais, el segundo Estado más poblado, y Río de Janeiro, el tercero, los más importantes están ahora en manos del bolsonarismo. Lograr acuerdos políticos bajo esas condiciones será un enorme reto para su legendaria capacidad de negociación.

A pesar del triunfo de Lula y su coalición, tenemos que aceptar que al igual que en los Estados Unidos nos encontramos ante una profunda crisis política. Para verlo con los ojos de Antonio Gramsci, son los «síntomas mórbidos» de una “crisis que consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos». La morbilidad de los «síntomas» proviene de su identificación como excrecencias del orden «moribundo». “Los síntomas que Gramsci observó durante su vida fueron, por ejemplo, la violencia política abierta; los brotes y las manifestaciones de descontento de las masas; el ascenso y la aceptación de posiciones políticas extremas y sus respectivos líderes; los cambios en las relaciones internacionales de dimensiones sin precedentes; y el súbito agotamiento de instituciones antes fuertes. Estos síntomas son mórbidos porque muestran que el orden existente sufre problemas existenciales que difícilmente podrán resolverse dentro de los límites del viejo marco.” Lamentablemente, a pesar del optimismo, no parece estar gestándose en Brasil un orden relativamente estable que permita surgir lo nuevo.

Reto 5: La crisis internacional

Un aspecto positivo de los resultados electorales es que de manera poco usual, los principales lideres de los países occidentales, desde Biden en los Estados Unidos hasta Enmanuel Macrón en Francia, reaccionaron inmediatamente, manifestando su beneplácito por contar ahora con un Brasil que pueda dar su contribución positiva a las múltiples crisis del orden internacional. También este aspecto ocupó un lugar central el en discurso de Lula y es quizás una de las mayores fortalezas de su nuevo gobierno. En su gira por países claves de Europa, Alemania, Bélgica, Francia y España, en 2021, donde se reunió con líderes políticos y progresistas de la región, Lula fue recibido con el protocolo de un jefe de Estado en un momento en el que Bolsonaro había convertido a Brasil en un Paria internacional. El contraste no podia ser mayor. Paralelamente Bolsonaro era recibido por las tres monarquías del Golfo Pérsico: Katar, Barain y Emiratos Árabes. «Para los empresarios que temen una desaceleración de la inversión externa en año electoral, el mensaje parece claro: Brasil entra en el año electoral en una situación de Presidencia bicéfala, en la que un candidato dialoga con el mundo mientras el presidente delira en el desierto», escribía un comentarista importante de Folha de Sao Paulo, un medio de prensa con orientación de derecha.

Sin embargo la crisis del orden internacional tiene una fuerte componente política. Lula ya no cuenta con el mismo espacio de maniobra que tenía en el pasado para reactivar los BRICS. Brasil puede asumir un rol más activo a nivel regional y junto con México y Argentina impulsar una agenda que permita rescatar el multilateralismo y posicionar a América Latina en una agenda más constructiva frente a desafío estructurales como el cambio climático. Para Brasil será clave fortalecer el Mercosur e impulsar procesos de integración económica que reduzcan la influencia de las oligarquías agrarias.

Tanto la Unión Europea como los Estados Unidos tienen que brindar todo su apoyo al nuevo gobierno de Brasil. Esto significa reconocer la situación difícil en que se encuentra toda la región. El fortalecimiento de la democracia pasa por una agenda económica lejana al neoliberalismo de antaño y orientada a una economía social de mercado. Además implica reconocer los enormes potenciales para la creación de nuevas cadenas de valor que permitan reducir la enorme dependencia de la economía china.