¿El G7 en un punto muerto?

“De todos los temores

el de la soledad

es el más grande.”

Maria Eugenia Ramos (El túnel)

© Pedro Morazán, 10.07.2022

El Castillo Elmau incrustado en los Alpes alemanes tiene una historia bastante multifacética. Fue fundado en 1916 por el filósofo Johannes Mueller, como lugar de encuentro para la reflexión filosófica en torno a la superación del egocentrismo, que era la motivación filosófica de Mueller. Durante algún tiempo pasó a ser refugio nazi en medio de la guerra, para luego convertirse en un centro de encuentro de los judíos y de debates filosóficos y políticos en los que se promovía una visión transatlántica. No está de más hacer mención aquí, que “el ideal de liberarse del ego”, propulsado por Johannes Müller como una crítica al capitalismo, fue sustituido por el “ideal de liberar el ego”. Dicho cambio fue promovido por su nieto y actual copropietario del castillo, Dietmar Mueller – Elmau, en los años de la post – guerra.

Para los más versados, el castillo es conocido porque en 1999, Peter Sloterdijk pronunció su muy polémica conferencia sobre las «Normas para el Parque Humano» con la que puso en guardia a filósofos y políticos, en el simposio del titulado «Más allá del ser». Sloterdijk planteaba en su intervención, nada más ni nada menos, que “el control genético de la reproducción” de los seres humanos. Exigía, además la superación del «fatalismo de la natalidad» mediante una «planificación explícita de los rasgos» con la ayuda de la biotecnología. Tales planteamientos “post – humanistas”, como pretenden llamarlo sus seguidores, no podían dejar indiferentes a los grandes filósofos alemanes de la época. La respuesta de Jürgen Habermas, entre otros, desencadenó un debate público aún vigente.

No es nuestra intención recrear aquí dicho debate. Mencionamos el castillo de Elmau porque fue la sede de la última cumbre del G7 en Alemania. Los Jefes de Estado y de Gobierno de las siete naciones industriales más poderosas del mundo: Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Japón se reunieron aquí junto con la presidente de la Comisión de la UE Ursula von der Lyen. Cuando ocurren eventos de tal trascendencia es muy común hacer una evaluación de sus resultados. En esta ocasión, aparte de hacer un resumen crítico de lo allí acordado, quiero reflexionar en torno a por lo menos tres preguntas: La crisis del llamado orden internacional liberal (LIO), el imaginario de el filósofo Antonio Gramsci sobre el concepto “crisis” y los retos de la morbilidad.

El G7 y el Sur Global

El G7 revivió su vieja idea creando la Asociación Global de Inversiones e Infraestructuras y con el objetivo de ofrecer una alternativa a la iniciativa china que lleva el nombre de «Nueva Ruta de la Seda«. El G7 se ha propuesto como objetivo, movilizar un total de 600.000 millones de dólares de fondos privados y públicos hasta 2027. Biden se comprometió a que los Estados Unidos pondrían a la disposición un tercio de dicha sum (200.000 millones de dólares) en los próximos cinco años.  Habrá que ver si tales promesas se vuelven realidad o si quedán, como ocurre muy a menudo, en simples declaraciones de intenciones.

No solamente los países del Sur global se quejan de la falta de iniciativa de los países ricos del G7 para afrontar los retos globales, que afectan especialmente a los países pobres. Un ejemplo de ello son las promesas realizadas en el marco del Acuerdo de Paris contra el cambio climático. La Agencia Internacional de la Energía, el Banco Mundial y el Foro Económico Mundial ha concluido en un informe reciente que, para finales de la década de 2020, la inversión en energías limpias en las economías emergentes y en desarrollo, debería multiplicarse por más de siete hasta superar los 1.000 millones de dólares anuales para que el mundo esté en condiciones de alcanzar las emisiones netas cero en 2050.

El mismo anfitrión de la cumbre, el canciller socialdemócrata alemán reconoció implícitamente la confusión, diciendo que no estaría mal si los países del G7 mostraban sus ofertas bajo un techo común.

Otro problema que requiere de mayores esfuerzos es el de la deuda externa. Cuando Covid-19 llegó hace dos años y medio, casi el 60% de los países más pobres ya estaban en dificultades de endeudamiento o en alto riesgo. Desde entonces, la pandemia ha llevado el endeudamiento total de esta cohorte a su nivel más alto en 50 años, dejando a más de dos docenas de países en riesgo de impago en 2022 (siendo Sri Lanka la primera víctima). 

Los países del G7 son, junto a China, la mayor fuente de financiamiento del desarrollo a nivel mundial. También se encuentran entre los mayores accionistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, y son actores de poder en foros clave como el Club de París de acreedores soberanos y el G20, donde se configuran la mayoría de los acuerdos actuales de alivio y renegociación de la deuda.

En vísperas de la cumbre, tanto los gobiernos del Sur global, como ONG internacionales o expertas connotadas como Mariana Mazzucato exigian del G7 medidas más audaces para afrontar la crisis de endeudamiento del Sur global. Si el G7 quiere que los países de ingresos bajos y medios inviertan más en «salud para todos», descarbonización y otros Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, debe hacer todo lo posible para ayudar a crear las condiciones externas adecuadas. Apoyando una nueva asignación de los Derechos Especiales de Giro (DEG=, ofreciendo un alivio condicional de la deuda y poniendo fin a la fijación del FMI en la austeridad, los líderes del G7 pueden ayudar a dar a los países más pobres una oportunidad de luchar contra la crísis.

El G7 y la consolidación de la OTAN

Desde sus orígenes el G7 lleva en su interior un dilema estructural insuperable: se fundó como una institución del Norte Global, que busca, sin embargo una legitimación para la solución de problemas globales. Este dilema se ha acentuado con el correr de los años. Desde su primera reunión – por entonces no se incluía a Canadá -de los seis en la Cumbre Económica Mundial de 1975 hasta hoy, el mundo ha cambiado enormemente. No sólo el G7 sino también la estructura de poder mundial se ha movido en muchos aspectos. Actualmente el G7 tiene menor peso en la política mundial: Hace 30 años, los países del G7 representaban juntos alrededor del 70% del producto interno bruto (PIB) mundial. Hoy sólo representan alrededor del 45% del PIB mundial y abarcan solo a un 10% de la población mundial. Esto se ve agravado por la pérdida de confianza en las élites políticas y la erosión de la democracia en Estados Unidos y en algunos Estados miembros de la UE.

En el centro de la agenda de la cumbre del G7 del 2022 en el Castillo de Elmau estuvo la guerra en Ucrania provocada por la invasión imperialista de la Rusia de Putin. Esta guerra es considerada como un punto de inflexión que marca el fin de la arquitectura de paz y seguridad vigente en Europa desde finales de la Segunda Guerra Mundial que había sido endorsada por Rusia como superpotencia militar en varias ocasiones. Los elementos institucionales más importantes de dicha arquitectura los constituyen el Acta de Helsinki de 1975 y la Carta de Paris de 1990, para mencionar solo unos pocos. En la Cumbre de París de 1991, los jefes de Estado y de Gobierno de la CSCE (Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa) iniciaron igualmente una paulatina institucionalización de dicha arquitectura que daría lugar a la conversión de la Conferencia en la actual OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) y, por tanto, en una organización con estructura permanente y sede en Viena. Tanto Rusia como Ucrania y Georgia son miembros activos de la OSCE, que cuenta actualmente con 57 Estados miembros.

A pesar de las críticas hechas de diversos ángulos, la arquitectura de paz y seguridad en Europa había sido un garante del respeto entre los Estados participantes en la OSCE. Es evidente que tanto la existencia de los llamados “conflictos congelados” de la antigua Unión Soviética, como el hecho de que existía una frustración latente de Rusia por su derrota en la “guerra fría”, constituían una constante tensión. Dichas tensiones tuvieron situaciones concretas de evidente violación de los acuerdos allí establecidos. Baste mencionar aquí la invasión rusa de Chechenia en 1999, la guerra contra Georgia en 2008, la anexión de Crimea en 2014 entre otros. El 24 de febrero de 2022 se produce la invasión rusa de Ucrania. Dos días más tarde el canciller alemán Olaf Scholz, denominó dicha agresión como un “Wendepunkt”, un “punto de inflexión” en  las relaciones internacionales. En mi opinión, el discurso imperialista y reaccionario de Putin tres días antes de la invasión, marca de hecho, las características esenciales de ese punto de inflexión.

Ahora el G7 hace esfuerzos descomunales por apoyar a Ucrania en la defensa de su soberanía. Mientras más dura la guerra, más difícil resulta creer que Putin pueda lograr su objetivo principal: la anexión total de Ucrania. Para los que no conocen la historia del Rus Kiev, podrá parecer sorprendente la situación. Tengo buenos amigos centroamericanos que aún siguen creyendo en la falacia de que Ucrania es parte de Rusia y que el gobierno de Kiev es nazi. Es justificable que debido a la distancia geográfica, muchos de nosotros pensemos que África es un país y que Kaliningrado (Koenigsberg, la ciudad natal de Immanuel Kant) fuese siempre territorio ruso. Lo injustificable es, que en la era del internet, no exista el esmero por informarse mejor. Europa tiene una historia muy abigarrada. El llamado de Kant a una “paz perpetua”, o la misma “Paz de Westfalia” un siglo antes, son testigos del ansia de convivencia pacífica en medio de tanta diversidad. En ese espíritu se enmarca la misión de la OSCE.

Lo que si parece probable es que Putin sufrirá una derrota múltiple. La más importante es quizá la referente a la OTAN, su principal dolor de cabeza. La OTAN se encontraba en una seria crisis como alianza militar. Esa crisis era de tales dimensiones que incluso Manuel Macron, el presidente francés, le había diagnosticado una “muerte cerebral”, mientras Trump abogaba por su desmantelamiento. Putin se encargó de resucitarla, a tal extremo que dicha estructura se amplia y se consolida fuertemente. Actualmente se puede observar un consenso nunca vista al interior de la misma. La aprobación del nuevo concepto estratégico de 2022 es una evidencia histórica sin precedentes La decisión de dos gobiernos socialdemócratas, de Finlandia y de Suecia (con fronteras directas con Rusia) de adherirse a la OTAN es, para Rusia, algo similar a un movimiento telúrico. La otra está en el plano económico, la economía, rusa con un PIB no mayor que el de Italia, sufrirá una contracción de más del 10% como consecuencia de las sanciones occidentales.

La crisis del orden liberal internacional

Ante esta situación ¿Es pertinente hablar de una crisis del orden liberal internacional (LIO)? Antes de intentar responder a dicha pregunta, vayamos por partes. ¿A que se llama “orden liberal internacional”? Uno de los primeros investigadores de las ciencias políticas que ha intentado sistematizar dicha noción es John Ikenberry. Según este autor el LIO no es simplemente una criatura de la hegemonía estadounidense. Se trata de un conjunto más general y antiguo de ideas, principios reglas y programas políticos para organizar y reformar el orden internacional. En el sentido más general, el internacionalismo liberal es una forma de pensar y responder a la modernidad, a sus oportunidades y sus peligros. Lo que ha unido las ideas y los programas del internacionalismo liberal, según Ikenberry, es una visión de un orden internacional abierto, basado en normas poco estrictas.

John Ikenberry resume el institucionalismo liberal en cinco «convicciones»: apertura económica, relaciones internacionales basadas en normas, cooperación en materia de seguridad, apertura a la reforma y al cambio y la solidaridad centrada en un modelo deseable de democracia liberal. El internacionalismo liberal se hizo realidad como orden político, según Ikenberry durante la Guerra Fría, bajo los auspicios de Estados Unidos. La hegemonía liberal estadounidense era esencialmente un orden occidental construido en torno a los fines sociales del llamado «mundo libre». Este LIO tiene una estructura jerárquica con lo Estados Unidos a la cabeza y con democracias consolidadas como las de la Unión Europea (UE) o Japón y Corea del Sur en Asia o Australia y Nueva Zelandia en el Pacífico como socios activos. Además son parte del LIO instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial de Comercio (OMC) y muchas otras instituciones al interior o exterior del sistema de las Naciones Unidas.

A criterio de Ikenberry, el fin del LIO puede ser visto como la crisis de la hegemonía norteamericana. Dicho proceso no se inicia con la invasión de Ucrania. Quizás la crisis financiera del 2008 pueda ser un punto de inflexión más pertinente. O talvez el ascenso al poder de Donald Trump y su cuestionamiento de las principales instituciones del LIO podría marcar el final de una era de hegemonía que duró más de 70 años. Esta argumentación es sumamente cautivadora, porque se basa en el análisis de evidencias empíricas y en la persistencia de las crisis globales como el cambio climático, la crisis energética, la recesión, el proteccionismo y el resurgimiento de proyectos autoritarios como alternativa a los modelos de democracia representativa impulsados por el LIO.

Si bien es cierto que es muy difícil identificar el momento de crisis, para Ikenberry existen dos fuentes relativamente claras que dieron origen a la crisis del LIO. La primera está vinculada con el final de la “Guerra fría” como consecuencia de la implosión de la Unión Soviética y del campo socialista. Esto llevó la mundialización del LIO con nuevos Estados adhiriéndose a sus principios y normas. La segunda fuente es el cuestionamiento de los antiguos acuerdos e instituciones que proporcionaban las fuentes de estabilidad y gobernanza por parte de los nuevos actores, por ejemplo los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Un conjunto más amplio de Estados – con un conjunto más diverso de ideologías y agendas- formaban ahora parte del orden. Ésto desencadenó lo que podría llamarse una «crisis de autoridad», en la que se requerían nuevos acuerdos y responsabilidades. La globalización del orden liberal llevó también pérdida de la capacidad de funcionar como una comunidad de seguridad.

A pesar de que la descripción realizada por Ikenberry resulta por momentos apologética, existen elementos sustanciales que vale la pena rescatar a la hora de buscar una explicación a las crisis múltiples que confronta el LIO actualmente: el cambio climático, la creciente desigualdad, la crisis económica y la guerra. Especialmente por medio del G7 y luego en el marco del G20, el LIO fue capaz de afrontar fuertes crisis en el pasado reciente, como la crisis financiera de 2008. El LIO defendió las normas compartidas y la cooperación entre las democracias liberales orientadas a Occidente. Sin embargo se hizo todo a costa de la explotación y creciente marginamiento del Sur Global. En la gestión de la economía mundial, las instituciones financieras internacionales de Bretton Woods quedaron vinculadas al mercado y al dólar estadounidenses. Juntos, a la sombra de la Guerra Fría, el sistema interno estadounidense -su mercado y su política- se «fusionó» con el orden liberal de la posguerra, que evolucionaba y se profundizaba. ¿Cuál es la relación entre la percepción del declive del poder estadounidense y el ascenso de Donald Trump y de la política autoritaria en otros lugares? Para entender el rompecabezas de la decadencia estadounidense y el orden mundial se requiere el reconocimiento de cómo el capital y la riqueza están injustamente distribuidos, arraigados y sostenidos en la sociedad afirma Salvador Santino F. Regilme Jr.

Según Ikenberry ese momento unipolar en el que “Estados Unidos dominaba los rankings económicos y militares mundiales- está llegando a su fin. Europa y Japón también se han debilitado. En conjunto, esta antigua tríada de patrocinadores del orden liberal de la posguerra está reduciendo lentamente su participación en la distribución global del poder. Probablemente, la mejor manera de ver este cambio no es como una transición de un orden hegemónico estadounidense a uno chino, el «retorno a la multipolaridad» o un «ascenso de los no occidentales». Se trata más bien de una difusión gradual del poder fuera de Occidente.” Si bien es cierto que el análisis retrospectivo confirma esta tesis, resulta por un lado difícil predecir su desenlace.

De la mano de Antonio Gramsci

Milan Babic propone una respuesta a la pregunta sobre las causas y las consecuencias de la crisis del LIO esbozando un marco analítico basado en tres conceptos gramscianos relacionados con la crisis: procesualidad, organicidad y morbilidad. Él parte de la hipótesis que estos elementos capturan conceptualmente tres dimensiones que son cruciales para una de la crisis de la LIO: la economía política global, el nivel estatal y las dimensiones sociales. Este marco no proporciona por sí mismo un análisis global y definitivo de la crisis, sino que sienta las bases de uno que puede ayudar a ir más allá de los análisis aislados de las distintas dimensiones de la crisis hacia una evaluación más global.

No sabemos cuántos momentos de soledad vivió Antonio Gramsci en las mazmorras de Mussolini, quien lo metió a la cárcel en 1926. Lo que sí sabemos es que a pesar de todos sus temores, Gramsci logró escribir en sus diez largos años de cárcel 32 cuadernos pletóricos de reflexiones filosóficas, literarias e históricas de un valor descomunal. Una de las categorías analíticas centrales en el análisis gramsciano es la “hegemonía”. Cuando Gramsci definía la crisis lo hacia con la legendaria frase: “ El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

Para Gramsci era esencial entender la crisis como un proceso. En ese sentido él percibía una diferencia entre las crisis coyunturales y lo que el llamaba las crisis “orgánicas”. Hablar del “claroscuro” es hablar del llamado “interregnum”, es decir del intervalo en el cual lo nuevo no logra nacer mientras lo viejo muere. La invasión de las tropas rusas es, desde todo punto de vista, una ruptura radical de las normas esenciales existentes hasta la fecha. El mismo carácter de la guerra de agresión nos muestra claramente que nos encontramos en un punto de inflexión. Vladimir Putin tumbo el tablero de ajedrez antes de abandonar el juego. Es muy difícil predecir lo que vendrá después. La actual correlación de fuerzas y las múltiples crisis nos muestran que estamos ante una situación muy incierta para la humanidad.