In vino veritas

La frase latina «En el vino está la verdad y en el agua la salud» («In vino veritas, in aqua sanitas») me parece una excelente combinación para describir esta parte de mi blog, que en una de las tantas versiones que se cruzaron por mi mente, consideré denominar «Otras hierbas». Ese nombre lo deseché, no solamente por su asociación con ciertas sustancias alucinojenas que no son parte de mi repertorio, sino porque pensé que el vino, como el tango, invitan a la tertulia. 

Se trata pues de abordar otros temas relacionados con la cultura y las letras y, porqué no, inspirandonos en «El banquete» del amigo Platón, tratar de combinar los temas de la razón con los temas del corazón, si es que tal separación aún es válida. El vino es pués, como siempre lo fue, no solamente el compañero, sino también el objeto de una tértulia, por así decirlo. Ésto no es nada original y tampoco nada nuevo. En la antigüedad no uno, sino varios dioses tenían a su cargo la seria responsabilidad de dignificar el disfrute del vino. El gran Dionisio lo hacia en Grecia, tan bien, sino mejor, que su colega Baco en Roma u Osiris en Egipto. ¿Y quién de nosotros no se inspira suspirante a entonar los bellos versos del «Libiamo» de Verdi en su maravillosa ópera «La Traviata»? Bueno de hecho esta rúbrica podría también llamarse «El vino y la ópera» o «El vino y la música» sin dejar de lado la poesía eterna compañera del tango y de la ópera. Qué más da, el caso es que el vino no solo será un vehículo, sino también metodología y objeto de estudio de este apartado. Que será una especie de «chambre séparée» intelectual, por asi decirlo, a la cual están invitados a contribuir uds. en equidad de género.

No será ni whisky, ni ron, ni borrachera, será una copa o quizas dos de vino. Y será también un largo recorrido en el tiempo y en el espacio, sobre cosas que nos inspiran. Bueno, como bien se sabe, no solo Jesús combinó de manera ideal y, porqué no decirlo, eficiente, la salud con la verdad al convertir el agua en vino. Tampoco en esto fué él el primero. El vino era, como ya lo dijimos, el centro de los misterios de Dionisio en la mitología griega. Esto fué así porque el vino era parte integrante de la vida de las sociedades agrarias de la antigüedad en el Medio Oriente y por eso no fue tan casual que  lo asumieran las religiones cristianas en sus rituales: «Tomad y bebed todos de él…», aqui faltó decir «libiamo».

El cultivo de la uva surge ya unos 6000 años antes de Cristo en la Mesopotamia (Iran, Irak) para expandirse hacia occidente hasta que los griegos lo llevaron a Europa hace unos 1000 años a. C. Es fascinante todo lo que nos dejaron los griegos en un espacio relativamente corto de tiempo. En mi opinión, el politeismo nos dió cosas fascinantes no solo a nivel literario sino también filosófico. Y pensar que todo esto estuvo muchas veces vinculado a las ánforas de vino. Sin embargo, fueron los romanos los que perfeccionaron el cultivo de la uva y sobre todo el proceso de vinificación que difundieron por toda Europa. Con la decadencia del imperio romano, fueron los monjes benedictinos los que mantuvieron la tradición; afortunadamente. Después de la destrucción casi total de los cultivos de uva por una plaga en Europa en el siglo XIX, el cultivo de uva logró establecerse primero en California para luego expandirse por el Nuevo Mundo. En la actualidad los llamados «new comers» como Chile, Argentina, Australia o Sudafrica no tienen nada que envidiarle a los franceses o italianos con sus excelentes vinos.

En esta rúbrica voy a concentrarme en los vinos alemanes, sin dejar de mencionar lo que me gusta de los vinos franceses, los chilenos y los californianos, solo para mencionar algunos ejemplos. Quiero hacerlo porque en nuestras latitudes caribeñas, se tiene el estereotipo de que los alemanes toman cerveza y los franceses tomán vino. No voy a negarles que hay algo de verdad en esto. Pero solo en parte y eso lo veremos con el correr del tiempo. Los alemanes producen también vinos excelentes, y no solo blancos.

La vida me ha llevado, por esas casualidades del destino, a descubrir una de las tantas regiones vinícolas alemanas: El Palatinado. Y, como es allí donde me toca deambular por los viñedos, mucho de lo que aquí aparezca tendrá que ver con las cepas de esta región que me parecen excelentes. Para decirlo con un Verdi traducido: «Bebamos en las copas que adorna la belleza. Y que el fugaz instante se embriague de placer».

Tango y migración

Tango en Vida Mia

Fué ya en mi primera visita a Buenos Aires en el año 2000 cuándo pude sentir el tango por los cinco sentidos. Tenía, debo confesarlo, una idea «falsa» del tango. Algo que más se acercaba a lo que algunos llaman el tango «arrabalero» combinado con figuras que con el tiempo llegué a aprender son lo que se conoce como «tango escenario». Tanto lo uno, como lo otro son eso: tango. Pero el tango es mucho más. Mi extinto amigo Jorge Schwarz, profesor de Economia de la Universidad de Buenos Aires, se sonrió y me dijo: «Lo que tu viste en San Telmo es tango para turistas. Mañana miércoles te llevaré a donde bailan los argentinos». Si lo que viví en San Telmo fue una impresión, lo que viví en el «Salón Canning» fue una revelación. Tenía razón Jorge, el tango es más que un baile. 

El tango rioplatense es producto de la migración. Como la mayoria de la música latinoaméricana, el tango tiene raices africanas. Se dice del tango que su padre es el candombe y su madre la milonga. Uno de cada cinco habitantes de Buenos Aires y Montevideo era negro a mediados del siglo XIX, que es cuando surge el tango como género musical. La población afroargentina fue diezmada por la Gran Guerra y la fiebre amarilla, pero sus comparsas y tradiciones musicales se mantuvieron.

El tango vive una evolución apasionante producto de las grandes olas migratorias que vivieron Argentina y Uruguay entre los siglos XIX y XX. Ernesto Sábato define el tango como un “hibrido” gigantesco que reune elementos culturales de las grandes olas migratorias europeas que se fusionaron con los ritmos afroamericanos. Por las famosas comparsas del candombe el tango está vinculado también al carnaval. No es casual que el tango mas famoso mundialmente sea “La cumparsita”.

Pero el tango es también un «testigo social«, como lo afirmara Andrés Carretero. Estuvo vinculado a la vida del proletariado surgido por la migración y sus textos más famosos lo manifiestan. La figura del compadrito, como rufián  no es simple alegoria anecdótica. Al igual que en otras latitudes marcadas por migración, el tango no se bailaba en los salones de la burguesia más pendiente de París que de Buenos Aires. Eran los coventillos, los prostíbulos los lugares donde se desarrollaba el ambiente del tango.

Como género musical el tango tiene una ruta bien definida. Con la llamada Guardia Vieja de Rosendo Mendizábal (El entreriano) y Ángel Villoldo, hasta la gran revolución musical de Julio Decaro y Carlos Gardel hasta la época de Oro con Juan D’Arienzo, Carlos Di Sarli, Anibal Troilo, Osvaldo Pugliese y tantos otros, el tango vive una historia única y apasionante que nos cautiva aun hoy día.

El tango es hoy patrimonio cultural de la humanidad. Es ya un género universal y es único, desde Buenos Aires y Montevideo hasta Berlín, Estambul y Japón se volvió un culto lleno de fieles adeptos, entre los cuales me cuento yo.