© Segisfredo Infante, 08.09.2024
Habiendo zarpado en barco desde San Francisco, California, el estadounidense del caso penetró Centroamérica por el sur de Nicaragua; ascendió por el volcán Cosigüina; navegó por el Golfo de Fonseca y luego se internó en tierras hondureñas, pernoctando en Tegucigalpa, con el objetivo preciso de explorar las potencialidades mineras y comerciales del departamento de Olancho, conociendo a la vez a las familias más destacadas de aquella época, incluyendo a los dirigentes “indígenas” de Catacamas, una pequeña ciudad catracha de unos mil habitantes, en aquel entonces.
Estos datos se encuentran en el libro “Exploraciones y aventuras en Honduras” (1857, 1982) del escritor William V. Wells. No pocos historiadores y antropólogos hondureños han escudriñado sus páginas con el fin de hacerse una idea general del ambiente que se respiraba en Honduras a mediados del siglo diecinueve. Cada uno ha realizado sus propias lecturas y extraído sus conclusiones, más o menos diferenciadas. La clave es leer este libro sin ningún temor, haciendo caso omiso de los prejuicios etnohistóricos o religiosos y las obsesiones personales de Mr. Wells. Al final queda en nuestras manos un sabroso material para fines reflexivos. No importa la edad en que leamos o releamos este libro, pues existe la posibilidad de extraer la quintaesencia del mejor jugo de toronja de sus páginas.
De entrada se me ocurre pensar que era más preciso y riguroso en sus datos geológicos y etnológicos un explorador anterior llamado Eprhaim G. Squier, quien focalizó a la etnia de los lencas en la parte sur-occidental de Honduras, y puntualizó las grandes potencialidades marítimas de Amapala. Pero es mucho más rico en sus detalles humanísticos el señor William V. Wells, quien ofrece una caracterización bastante acertada de la personalidad del general morazanista Trinidad Cabañas y sus planes gubernamentales de convertir a Honduras en un país atractivo para los inversionistas nacionales y extranjeros. A contrario sensu pinta una imagen nada simpática del “Padre Trino”, quizás por motivaciones religiosas.
La idea principal del explorador estadounidense que aquí nos ocupa, era presentarse ante las autoridades gubernamentales y jefes de familia con el propósito inmediato de ofrecerles oportunidades de inversión en doble vía. Pero a la par le interesaba describir los paisajes de “eterna esmeralda”, interpretar las personalidades y las costumbres de cada uno de los pueblos que visitaba. En este caso añade los temas gastronómicos y la presencia y ausencia de lavaderos de oro y de otras ramas productivas. Por eso su objetivo general era conocer todo lo más relevante del departamento de Olancho, sin perder de vista, en ningún momento, su meta específica más anhelada que era conocer Juticalpa, la ciudad más importante después de París, según repetía el fallecido “Compa Jando”.
A William Wells les fascinó el valle de Lepaguare y su gente, y le entusiasmó atravesar ocho veces el serpenteante “río Juticalpa”, en donde también existían lavaderos de oro de finísimos quilates. En la ciudad de Juticalpa (tres veces más pequeña que Tegucigalpa) fue recibido en la espléndida casa del señor don Francisco Garay, “propietario de diez mil cabezas de ganado y de seis haciendas, entre las cuales figuraba la bella y extensa de ‘La Herradura’ ”, misma que un siglo y medio más tarde sería objeto de una investigación historiográfica por un taller de jóvenes historiadores hondureños. Tengo la sospecha personal que Francisco Garay es un antepasado probable (por el lado materno) del gran intelectual contemporáneo Ramón Oquelí Garay, a quien le rendimos un nuevo homenaje póstumo en la Universidad Pedagógica Nacional “Francisco Morazán”, el día viernes 16 de agosto del corriente, con motivo de los veinte años de su sensible fallecimiento. Dice Mr. Wells que don Francisco Garay era “un hombre de corazón sencillo, hospitalario, de cabellos blancos y de un aspecto gentil, que nunca había salido más allá de las fronteras de Olancho en su larga vida de ochenta años.”
Todas estas familias acaudaladas del departamento de Olancho exportaban e importaban productos por el puerto de Trujillo, también vía Guatemala y Belice. Así que pasaban más o menos informadas de lo que ocurría en el mundo. Un caso especial posterior es el del padre (ganadero y comerciante) de Froylán Turcios, escritor talentoso que nacerá mucho después de publicarse el diario exploratorio de Mr. Wells.
Hay tres detalles que deseo destacar del libro de William V. Wells. El primero es su paso por Guaimaca, que el autor describe como una aldea de catorce chozas de adobe tal como si fuera “una estampa de penuria y miseria” en donde no había nada que comer. También describe a la gente de la “ciudad indígena” de Catacamas (ya en Olancho) como la “raza más pacífica y más hospitalaria”. Sería aconsejable que los habitantes mestizos actuales de Catacamas reflexionaran sobre este punto. Por último, cuando Wells se refiere a Olancho, habla como si se tratara de “El Dorado” de América Central.